viernes, 17 de diciembre de 2010

TEXTOS

El pasado 4 de Diciembre tuvimos una mesa con miembros de la Nueva Escuela Lacaniana con el tema "Suicidio en Adolescentes: Aproximaciones Psicoanalíticas". Les dejamos algunos textos de las intervenciones de esa ocasión.

SUICIDIO Y DEPRESIÓN

Faride Herrán (NEL)

Cada día hay en promedio casi 3000 personas que ponen fin a su vida, y al menos 20 personas intentan suicidarse por cada una que lo consigue.
El suicidio constituye un problema de salud pública muy importante pero en gran medida prevenible, que provoca casi la mitad de todas las muertes violentas y se traduce en casi un millón de víctimas al año, además de unos costos económicos cifrados en miles de millones de dólares, según ha señalado la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las estimaciones realizadas indican que en 2020 las víctimas podrían ascender a 1,5 millones.
A escala global, el suicidio representa el 1,4% de la carga mundial de morbilidad, pero las pérdidas van mucho más allá. En la Región del Pacífico Occidental representa el 2,5% de todas las pérdidas económicas debidas a enfermedades. En la mayoría de países de Europa, el número anual de suicidios supera al de víctimas de accidentes de tránsito. En 2001 los suicidios registrados en todo el mundo superaron la cifra de muertes por homicidio (500 000) y por guerras (230 000).
Entre los países que informan sobre la incidencia de suicidios, las tasas más altas se dan en Europa del este, y las más bajas sobre todo en América Latina, los países musulmanes y unos cuantos países asiáticos. Se dispone de poca información sobre el suicidio en los países africanos. Se calcula que por cada muerte atribuible a esa causa se producen entre 10 y 20 intentos fallidos de suicidio, que se traducen en lesiones, hospitalizaciones y traumas emocionales y mentales, pero no se dispone de datos fiables sobre el verdadero alcance. Las tasas tienden a aumentar con la edad, pero recientemente se ha registrado en todo el mundo un aumento alarmante de los comportamientos suicidas entre los jóvenes de 15 a 25 años. Exceptuando las zonas rurales de China, se suicidan más hombres que mujeres, aunque en la mayoría de lugares los intentos de suicidio son más frecuentes entre las mujeres.
Entre los factores de protección contra el suicidio cabe citar una alta autoestima y unas relaciones sociales ricas, sobre todo con los familiares y amigos, el apoyo social, una relación estable de pareja y las creencias religiosas o espirituales. La pronta identificación y el tratamiento adecuado de los trastornos mentales son una importante estrategia preventiva. Asimismo, existen datos que demuestran que la formación del personal de atención primaria en la identificación y el tratamiento de las personas con trastornos del estado de ánimo puede hacer disminuir los suicidios entre los grupos de riesgo, y así se ha observado en países como Finlandia y el Reino Unido. Las intervenciones basadas en el principio de conexión social y el fácil acceso a la ayuda, como las líneas de ayuda benévola y los programas de chequeo telefónico de las personas de edad, han tenido resultados alentadores. Además, las intervenciones psicosociales, los centros de prevención del suicidio y la prevención escolar son todas ellas estrategias prometedoras.
En México, el Consejo Nacional de Población (Conapo) identifica al suicidio juvenil como la tercera causa de muerte entre adolescentes sólo después de los decesos por accidentes automovilísticos y homicidios. En años recientes, se ha venido reportando un notable incremento en las tazas de suicidios entre la población infantil y juvenil a nivel nacional, sobre todo en el Distrito Federal, Yucatán, Campeche, Tabasco y Jalisco.
Se afirma que el desencadenante más frecuente entre los jóvenes suicidas es la depresión, relacionada con el fracaso en la relación amorosa. Las causas también pueden ubicarse del lado biológico: una lesión en el sistema nervioso central.

Tristeza y depresión
La relación entre ambas palabras parece obvia o evidente. Hoy en día, ninguno de estos significantes nos resulta ajeno, pues en mayor cantidad, nos encontramos tanto con personas que se nombran deprimidas como con propaganda que incita a la eliminación de la depresión a cualquier precio. Podríamos incluso pensar que en estas dos palabras existe una relación causal, es decir, que la depresión es la causa del suicidio. En definitiva, para la ciencia y la tecnología, el problema de la causa se limita a una cuestión orgánica, hereditaria, neuronal, en suma, un problema que atañe al cuerpo biológico, cuerpo que para el psicoanálisis queda perdido de entrada, pues el cuerpo es efecto del lenguaje y por ende el orden de la necesidad es reemplazado por el campo de la demanda. En este sentido, el problema de la causa en psicoanálisis comporta algo muy distinto. La noción de causa apunta a una hiancia, pues efectivamente, como plantea Lacan, entre causa y efecto hay un hueco que debe permanecer vacío, se debe preservar el lugar de la falta. De este modo, Lacan ubica la causa como la causa del deseo, como aquel objeto que está por detrás siendo aquello que causa al sujeto a seguir en el sendero de la vida, aún cuando se tenga la ilusión de que se persigue un objeto delante del deseo, es decir, un deseo que tiene delante de sí un objeto. En suma, para el psicoanálisis, lo que mueve a un sujeto se ubica al nivel del deseo.
Ahora bien, el término Depresión, no es un concepto psicoanalítico. Por el contrario, es un concepto moderno que puede ser ubicado en la incidencia del capitalismo. Como plantea Giorgio Agamben, filósofo italiano, en su texto, Estancias, la depresión está referida a la ética capitalista del trabajo donde aquel que está deprimido, atenta contra el imperativo de producción y rendimiento. En este orden de ideas, la depresión parece tener una estrecha relación con el avance farmacológico en la medida en que la propuesta es el uso indiscriminado de medicamentos para tornar al individuo más competitivo, más productivo para el sistema. De este modo, la depresión se traduciría en un déficit o exceso de alguna sustancia química a nivel cerebral que es igual para todos, dejando por fuera la cuestión del sujeto y su singularidad.
En oposición, en psicoanálisis, recurrimos al concepto antiguo de tristeza que desde la Edad Media, estaba asociado a una falta moral, era la idea de tristeza como un pecado en tanto el sujeto no podía sacar ningún goce de la vida conventual. Desde esta perspectiva, la tristeza introduce una problemática ética, tal como Lacan lo situaba en “Televisión” al plantear que “la tristeza que se califica de depresión es simplemente una falta moral (...) una cobardía moral, que no cae en última instancia más que del pensamiento, o sea, del deber de bien decir o de reconocerse en el inconsciente, en la estructura”. En otros términos, que para Lacan la tristeza da cuenta de una falta simbólica, en la medida en que el sujeto cede en su deseo frente al goce. La consecuencia de ello es el afecto depresivo, el desinterés por las cosas del mundo y por lo que a uno le rodea, el no querer saber, esa es la cobardía moral. La ética del psicoanálisis es la ética del bien decir entendida no en el sentido de la retórica o del decir bello, sino de decir aquello que aqueja al sujeto y frente a lo cual él es responsable, está concernido en ese padecer, lo cual lo conducirá a reencontrarse en el inconsciente.
Ahora bien, en Freud, encontramos escasas referencias en torno a la depresión, sin embargo, la ubica en estrecha relación con la inhibición, es decir, cuando el sujeto es requerido para una particular tarea y no puede responder. Asimismo, está enlazada al duelo patológico, donde el sujeto queda detenido en autorreproches. Entonces, para el psicoanálisis, la depresión no se ubica en el orden de la estructura, es decir, no es una entidad clínica, sino que podría ubicarse como un momento particular de la neurosis, o un desencadenamiento psicótico, o bien un cierto tipo de impasse en una perversión. En este sentido, desde el psicoanálisis, el tratamiento del sujeto que se dice “deprimido” implica, en principio, abordar sus dichos, pues es justamente allí donde podremos encontrar lo que está en juego, a saber, la relación del sujeto, deprimido o no, con su goce. Así, la suposición inicial del analista, es que no se trata de un simple trastorno de lo afectivo, sino que esos fenómenos remiten a otra cosa y esa “otra cosa” tendrá que ver con algo que se verificará en el caso por caso y sólo podrá ser despejada cuando el sujeto hable.
Desde Freud, la cuestión de los afectos daba indicios de un cierto engaño. Al contrario de la idea que señala que el afecto es algo que está reprimido y que su consecuente expresión proporcionaría una cierta liberación que daría acceso directo a lo realmente verdadero, para Lacan, los afectos se desplazan y por ende se ubican en el registro del semblante. Esta idea de los afectos se sostiene a su vez en la inadecuación radical del ser hablante, de su cuerpo, con el mundo. Aún más, la noción lacaniana de los afectos supone que el significante “afecta” al cuerpo, lo marca, marca un cuerpo que se satisface. Por ello, habrá que seguir la indicación clínica de Lacan que propone ir a verificar el afecto, en otras palabras, interrogarnos sobre las cosas que ese afecto dice, más allá de lo que el sujeto pueda señalar en primera instancia.
No obstante lo anterior, en el enorme catálogo de afectos que podrían nombrarse, encontramos uno que escapa al engaño y, por ende, a aquello que puede nombrarse: se trata de la angustia, afecto central de la experiencia analítica, que Lacan ubica como lo que no engaña en tanto señal de lo real. Aquí se trata de un afecto por el cual el sujeto queda determinado como un objeto que no tiene nombre y que justamente, testimonia de su inadecuación estructural al mundo. Para Lacan, como señala en el seminario X, “la angustia es sin causa, pero no sin objeto”, pues siempre denuncia la presencia de ese famoso objeto a que el sujeto es para el deseo del Otro. En este orden de ideas, ubicamos a la angustia como la antesala del pasaje al acto, es decir que frente a la inminencia de la angustia, una posible respuesta es el pasaje al acto. Es allí donde el suicidio se inserta.

Suicidio y pasaje al acto
La idea psicoanalítica de acto difiere de la acción motriz concebida al modo del arco reflejo o de la acción observable y tangible. Para Freud, en un inicio, el acto era portador de una significación, tal como podía pensarse el acto fallido. Sin embargo, en el texto Recordar, repetir, reelaborar, Freud aporta una nueva veta al acto no contemplada hasta el momento: el acto como ligado a la compulsión de repetición. En este marco, introduce el término agieren para dar cuenta de aquellos momentos de la cura en los cuales el sujeto se opone a la rememoración de lo reprimido olvidado para buscar repetirlo en acto. Por su parte, Lacan dedica gran parte de su enseñanza al concepto de acto, sabemos que incluso dictó un seminario de un año que se titula “El acto analítico”. Si bien Lacan sigue a Freud en este punto, añade que el acto implica un traspaso fundamental respecto de determinado umbral simbólico de ley, es decir, de ciertas coordenadas simbólicas que el sujeto se ha armado para poder lidiar con los apremios de la vida. Este traspaso de dichas coordenadas, es lo único que podría dar a la acción motriz, el estatuto de un acto verdadero. Sin embargo, allí donde la cadena significante se detiene, se agota, donde el decurso del deseo se ve obstaculizado, surgen desviaciones tales como el acto inhibido, el acting out y el pasaje al acto.
No obstante, habiendo estas modalidades del acto, Lacan propone que el pasaje al acto devela la estructura fundamental del acto, pues justamente éste implica una cierta mutación subjetiva. El ideal científico o de la época actual, impone que la secuencia lógica consiste primero en analizar, reflexionar, calcular, pensar, para después actuar. Es decir, la famosa frase, “pensar antes de actuar”. Sin embargo, la clínica del pasaje al acto, demuestra que por el contrario, el acto se inscribe siempre en la temporalidad de la urgencia. Del mismo modo, la clínica del acto pone en cuestión la idea imperante de que el sujeto del pensamiento quiere su propio bien. Es allí donde se opone precisamente el acto suicida, que se ubica en la autodestrucción. En este sentido, hay algo en el sujeto que no trabaja para su bien, para lo útil, para la producción que demanda la época, sino que trabaja para la destrucción. En este orden de ideas, Lacan piensa el acto a partir del suicidio. En otros términos, el acto verdadero es entendido como un “suicidio del sujeto”, puesto que marca un antes y un después del que no hay retorno. El sujeto puede renacer de ese acto, pero no será nunca el mismo.
En suma, para el psicoanálisis, el acto suicida está en consonancia con la pulsión de muerte y un cierto extravío en aquello que marca un freno al goce, a saber, el deseo. El suicidio ocurre allí donde aquello que causa al sujeto y le da su soporte se pierde, precipitándolo a ese dejar-se caer . Dice Miller: “Por eso Lacan pudo formular que el único acto que podría ser exitoso es el suicidio, al precio de no querer saber nada más de nada, es decir separarse efectivamente de lo que llamaba los equívocos de la palabra como de la dialéctica del reconocimiento; y en esto se opone, hay que decirlo, al psicoanálisis que es un pasaje al acto fallido. El estatuto del acto en la experiencia analítica, el estatuto eminente del acto es el acto fallido, y no el acto exitoso”.

APROXIMACIONES SOBRE EL SUICIDIO EN ADOLESCENTES EN MÉXICO

Amorhak Ornelas (CPP)


El suicidio es uno de los principales problemas políticos y morales de Occidente ¿Quién tiene el control de la propia muerte? ¿El suicidio es un acto voluntario o el resultado de una enfermedad mental? ¿Cómo vemos como ciudadanos el suicidio? Se cree que nadie en su juicio se quita la vida, y menos aún los jóvenes, en tanto que en ellos supuestamente se ha depositado el ideal de porvenir de una cultura. Hay que tomar en cuenta que el suicidio fue una materia reservada a la iglesia y a los curas, ahora es un tema del Estado, médicos. psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas, tanatólogos. Al respecto, se ha considerado al suicidio como un problema de salud mental, y por lo tanto se ha apoyado en el discurso médico para su prevención, prescripción y cuidado. La Asociación Americana de la Suicidiología señala que el 95% de los suicidas se les diagnostico una enfermedad psiquiátrica en los meses precedentes al suicidio y que: “la mayoría de las personas que muestran tendencias suicidas desean vivir desesperadamente”. De esta manera lo único que se ha conseguido es evitar el tema de que el suicidio en adolescentes en México, parte de una dimensión social del síntoma; es decir, que hay un carácter histórico, social y económico que está operando en los actos suicidas de la población juvenil en México. En este sentido, el objetivo de abordar el tema del suicidio de adolescentes en México, es presentar varios puntos y elucidaciones que salgan del patrón común de tomar el tema sólo como una cuestión salud metal, llamándola entre otras depresión clínica. La dimensión de la salud no es suficiente en el abordaje del tema, dado que en el desarrollo del joven intervienen otros elementos como lo económico, lo educativo, el ambiente social, etcétera.

Dentro de los puntos a tratar, el primero es el de una breve genealogía del suicidio: este es un acto que ha sido interpretado por diversos discursos en diferentes contextos históricos, y generando así múltiples impresiones. Lo segundo es entender en qué dispositivo cultural la juventud contemporánea está sujeta, y las relaciones de poder que se gestan desde ahí. Por último se analizarán las consecuencias de los dispositivos discursivos en la juventud moderna, y qué relación puede existir con el acto suicida.





I. Breve genealogía del suicidio

Para abordar el tema del suicidio en adolescentes tomaré ciertos planteamientos que realiza Michel Foucault sobre las formas y dispositivos discursivos que intervienen en la configuración de la subjetividad. Principalmente esa relación que enfatizó entre existencia individual y la historia: “la “existencia individual” existe o “aparece” en (dentro) de un conjunto específico de estructuras y de condiciones siempre históricas”. Foucault durante muchos años había tratado de resolver la extraña pregunta de Nietzsche (la cual también toca al psicoanálisis) que es: “¿Como he llegado a ser lo que soy y porqué sufro siendo lo que soy?”. En efecto, la pregunta Nietzschiana es una interrogante que apunta hacia una elucidación sobre el sujeto. Desde 1976, la pregunta de la subjetividad ha pasado al primer plano del análisis de Foucault; desde ese momento el autor intentará explicar “las formas de la subjetividad, el estudio de los dominios de saber y de los tipos de normatividad, en el interior de una reflexión general sobre la experiencia”.Esta tarea la aclara Foucault en El sujeto y el poder:

Mi objetivo ha sido elaborar una historia de los diferentes modos por los cuales los seres humanos son constituidos en sujetos…no es el poder sino el sujeto, el tema general de mi investigación.

Foucault había destacado tres formas de objetivaciones, las cuales transforman a los seres humanos en sujetos: “Ciencia, practicas divisorias y sexualidad”. En el caso del suicidio, encontramos que en ciertos periodos históricos ha existido una normatividad de los discursos religioso, legal y médico, que generaron una concepción y condena sobre la muerte voluntaria. Es a partir de estas normatividades donde se ha ejercido un poder y una violencia simbólica sobre los sujetos. Por lo tanto hay que revisar los antecedentes de los modos en que el suicidio ha sido interpretado. El estudio de Thomas Szasz sobre el suicidio es una aproximación al tema, él menciona que:

El término suicidio se empleó por primera vez en 1651; la definición dice: Protegerse de una calamidad inevitable mediante el suicidio no es un crimen. La aparición del sustantivo suicidio, al igual que el concepto mente, es una invención occidental del siglo XVII. Ambos términos reflejan un importante cambio cultural: de percibir la muerte voluntaria como una acción de la cual la persona es responsable a percibirla como un suceso del que ya no es. Pero también hemos pasado de contemplar a las personas como poseedoras de alma y libre albedrío a verlas como poseedoras de mentes que pueden desequilibrarse, impidiendo decisiones verdaderamente libres.

Por ejemplo, en la antigua Roma el taedium vitae era un estado mental que en la actualidad sería considerado como depresión, pero que significa “haber vivido ya lo suficiente”, y era una de las justificaciones del suicidio. En la Edad media, los reyes cristianos añadieron la pena civil de confiscar los bienes y propiedades del suicida. El filósofo y humanista holandés Erasmo de Rotterdam contempló el suicido como una salida legítima ante el malestar del mundo: “Consideraba a los ancianos que se suicidaban más inteligentes que los que se resisten a morir y quieren vivir durante más tiempo”. Montesquieu dijo: “Se me ha dado la vida como un regalo…Puedo, por tanto, devolverla cuando llegue el momento…Cuando esté abrumado por el dolor, la pobreza o la indignidad, ¿por qué debería de abstenerme de poner fin a mis problemas, o renunciar cruelmente a un remedio que está en mis manos?”. También existieron los filósofos morales como Immanuel Kant, que fueron defensores de la prohibición del suicidio, él decía que: “Si la libertad es esencial para la vida, no puede ser empleada para abolir la vida y de este modo destruirse así misma…el suicidio no es permisible baja ningún pretexto”. Por último, paradójicamente el derecho inglés del siglo XIX llegó a castigar el suicidio frustrado con la horca. De la misma manera en la actualidad, vemos las tendencias securitarias que hacen pensar a los psiquiatras que su tarea es demostrar que el suicidio es anormal. Tomemos en cuenta que los pronunciamientos de los médicos y psiquiatras ostentan esta aura de autoridad profesional, que han influenciado la percepción contemporánea del suicidio como la manifestación de una enfermedad mental:

La mayoría de la gente cree que si un estado mental o una conducta determinada se consideran una enfermedad (diagnosticada) por médicos acreditados, entonces ésta es una enfermedad y a partir de ese momento es considerada una enfermedad diagnosticable. La gente también cree que: a) esta enfermedad es la causa de acciones o sentimientos no buscados por parte del sujeto, el cual se convierte ahora en el paciente; b) el paciente no es responsable de sus acciones o sentimientos, ahora llamados síntomas; y c) los psiquiatras están facultados, quizás incluso obligados, para tratar la enfermedad del paciente, con su consentimiento o sin él.

Hay en esto un cambio ideológico, al suicidio se le atribuye una enfermedad mental y se percibe al sujeto que la padece como una victima (paciente).

Por otra parte la invención freudiana trajo una ruptura decisiva en el pensamiento y el saber médico. Al hablar de pensamientos inconscientes, Freud pone en cuestión el lazo constitutivo entre conciencia de-sí y pensamiento. El sujeto es efecto de una verdad de la que él no es el autor, es un desvanecimiento local. Jacques Lacan dirá en su escrito Posición del inconsciente: “Al sujeto no se le habla, “Ello” habla de él, y ahí es donde se aprende”. En 1910 Freud hace una primera intervención sobre el tema del suicidio cuestionando “la inculpación de que la escuela empuja a sus alumnos al suicidio”, y concluye diciendo: “Pospongamos entonces nuestro juicio hasta que la experiencia haya resuelto esta tarea”, la cual, consistía en “saber cómo es posible que llegue a superarse la pulsión de vivir”. Posteriormente en 1917 con su texto Duelo y melancolía, Freud dará una explicación del suicidio desde el sadismo intrínseco en el sujeto:

Desde hace tiempo sabíamos que ningún neurótico registra propósitos de suicidio que no vuelva sobre sí mismo a partir del impulso de matar a otro, pero no comprendíamos el juego de fuerzas por el cual un propósito así pueda ponerse en obra. Ahora el análisis de la melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior.

La crítica ha considerado que esta es una generalización excesiva de Freud ante el suicidio, consecuencia de su tradición médica: “Freud trata el suicidio como si fuera un fenómeno unitario”. Sin embargo, la concepción del síntoma como formación inconsciente traída por Freud puso en entre dicho esa idea romántica de que un suicidio pueda ser una muerte por elección, o una autoliberación. El problema del deseo humano es que, como la enseñanza de Lacan lo indicó, siempre es «deseo del otro» en todos los sentidos del término: deseo por el otro, deseo de ser deseado por el otro, y especialmente deseo de lo que el otro desea.

II. La individualización y el ejercicio del poder

¿Qué tipo de sociedad somos que arrastra a la juventud al suicidio? Desde luego que el fenómeno incrementado de suicidios en adolescentes en México nos lleva a preguntarnos si algo de lo social está operando en ello. Según las estadísticas en 2008 alrededor de 150 mil chicos de 12 a 17 años de edad atentaron contra su vida -25 mil 473 de los cuales requirieron atención médica-. Mientras que 1 millón 400 mil más pensaron en hacerlo, y en 2009 si se amplía el rango de edad de 15 a 29 años, fueron alrededor de 350 mil adolescentes y jóvenes que intentaron suicidarse. Se trata de un fenómeno que abre camino para la discusión y la comprensión del suicidio en su contexto histórico. Como lo han señalado los estudios de antropología médica:

La mejor forma de comprobar empíricamente el carácter histórico de la enfermedad no está dada por el estudio de su apariencia en los individuos sino por el proceso que se da en la colectividad humana. Es decir, la naturaleza social de la enfermedad no se verifica en el caso clínico sino en el modo característico de enfermar y morir de los grupos humanos.¿Es esta muerte fatal en adolescentes una dimensión social del síntoma de un México que se hunde por los altos niveles de inseguridad y violencia? ¿Es la muestra de que la juventud no encuentra alternativas y espacios para realizar algún proyecto de vida? ¿Se tratará de lo que llaman los sociólogos como una consecuencia perversa del capitalismo posindustrial, dado que este al poner como imperativo categórico la búsqueda del benéfico y el perfeccionamiento, éste conduce a los sujetos a la autodestrucción? Se pueden encontrar antecedentes históricos en la literatura, que representaba cierto malestar de la juventud; como es el caso de la época del Werther suicida de Goethe, donde la coerción de lo social sobre el sujeto, limitaba a este su libertad y felicidad orillándolo al suicidio:

¿No basta con que no podamos hacernos mutuamente dichosos, tenemos incluso que privarnos unos a otros del placer que cada corazón puede atesorar con frecuencia por sí mismo? ¡Y nombradme el individuo que tenga mal humor y sea al mismo tiempo tan discreto que sepa ocultarlo, soportarlo por sí solo sin turbar la alegría a su alrededor! ¿O no es en el fondo un despecho interior sobre nuestra propia insuficiencia, un descontento de nosotros mismos, mezclado siempre con la envidia provocada por una necia vanidad? Vemos a la gente feliz que no lo es por obra nuestra y eso nos resulta insoportable.

Pero como lo han señalado algunos autores: “Los hombres y mujeres son absoluta y verdaderamente libres, y por lo tanto el programa de la emancipación ha sido agotado… casi toda libertad concebible y deseada ha sido alcanzada”En ese sentido, el tema del suicidio en adolescentes no es cuestión de una liberación de la sociedad, sino más bien, de que la sociedad puede ser algo inaccesible para los jóvenes, en tanto que implica una “acción individualizadora”:

la “individualización” consiste en transformar la “identidad” humana de algo “dado” en una “tarea”, y en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de las consecuencias (así como de los efectos colaterales) de su desempeño. En otros términos, consiste en establecer una autonomía de jure (haya o no haya sido establecida también una autonomía de facto).

La división de clases determina un acceso desigual a los recursos necesarios que conforman la autoafirmación. Bauman señala que: “en la tierra de la libertad individual de elección, la opción de escapar a la individualización y de rehusarse a tomar parte de ese juego es algo enfáticamente no contemplado”. En estas condiciones, se podría presuponer que si los jóvenes se enferman:

es porque no han sido lo suficientemente constantes y voluntariosos en su programa de salud; sino consiguen trabajo, es porque no han sabido aprender las técnicas para pasar las entrevistas con éxito, o porque les ha faltado resolución o porque son, lisa y llanamente vagos; se sienten inseguros respecto del horizonte de sus carreras y los atormenta su futuro, es porque no saben ganarse amigos e influencias y han fracasado en el arte de seducir e impresionar a los otros.

Por lo tanto, se puede considerar que la juventud contemporánea esta sujeta a un discurso de “individualización” que la sociedad impone, y que es la norma de eso que llamaba Foucault como “ejercicio del poder”, el cual es:

una estructura total de acciones traídas para alimentar posibles acciones; el incita, induce, seduce, hace más fácil o más difícil, en el extremo, el constriñe o prohíbe absolutamente; es a pesar de todo siempre, una forma de actuar sobre un sujeto o sujetos actuantes en virtud de sus actuaciones o de su capacidad de actuación. Un conjunto de acciones sobre otras acciones.

III.1. Violencia simbólica: Ninis y estados de shock

¿Cuáles son las consecuencias de este discurso de individualización contemporáneo? Quizás sea en el lenguaje el modo más evidente en que operan los discursos de poder actuales; tomando en cuenta que estos discursos van a generar identidades, divisiones y violencia simbólica. Un ejemplo de esto en México es el uso común del termino ninis, para referirse a los siete millones de jóvenes mexicanos que “ni estudian ni trabajan”. Piere Bourdieu señalaba que la violencia simbólica se puede explicar como:

unos esquemas mentales que son el producto de la asimilación de estas relaciones de poder y que se explican en las oposiciones fundadoras del orden simbólico…acción transformadora tanto más poderosa en la medida que se ejerce, en lo esencial, de manera invisible e insidiosa, a través de la familiarización insensible con un mundo físico simbólicamente estructurado.

Según los estudios sobre suicidio en jóvenes señalan que el suicidio y el narco son las “opciones” para los jóvenes ante el fracaso educativo y laboral del México. En efecto, para muchos jóvenes la educación no tiene sentido, pues no les garantiza acceder a los mínimos de bienestar, muchos de ellos dicen “ya no sabes ni para qué estudiaste”, y cuando se les pregunta qué quieren ser contestan “narco”. Hay que entender que el “ser narco” en México está siendo un modelo de identificación para la juventud. Y es así porque el “ser narco” viene a satisfacer esa fantasía del capitalismo contemporáneo de enriquecerse rápidamente desde la violencia. La juventud ha entrado a un proceso donde ahora cambian tiempo de vida por valores materiales. A los niños de varias ciudades del norte de México se les infunde el miedo característico de las zonas sumidas en conflictos armados, el caso de ciudad Juárez es uno de ellos; ahí las escuelas hacen simulacros de balaceras para que los niños aprendan a evitar ser heridos en tales situaciones: los niños se tiran boca abajo al suelo y entrelazan sus manos sobre la cabeza para cubrirse. Ante estos estados de shock, la violencia simbólica que se ejerce en los niños, es que le meten a estos la idea de que puede morir. El estado de shock por el que atraviesa México, hace que sea tan común la violencia en nuestro entorno, que morir brutalmente se ha vuelto un hecho cotidiano. Hay en este sentido una cultura de la muerte en México: “Prefiero morir joven y ser narco que dedicarme a estudiar”. Pongamos un símil con el caso de México, en los años ochenta en los inicios de la Mara Salvatrucha en el Salvador, muchos de los miembros:

fueron hijos de militares y guerrilleros. Cuando eran niños les toco observar y vivir en una situación de guerra civil. Ellos les toco vivir cómo llegaba el ejercito y masacraba a sus familias, cómo degollaban a la gente, cómo abrían el vientre de las mujeres embarazadas, cómo decapitaban a los hombres…a sus papas.

Estas mismas situaciones son las que les toca ver a muchos jóvenes mexicanos hoy en día. Ante esta afectación de la juventud, la respuesta del Estado y sus instituciones es nula, han abdicado de su responsabilidad de satisfacer los elementos básicos para el desarrollo de la juventud en la educación o el empleo. Y es así, dado que el neoliberalismo ha desmantelado al Estado benefactor; ya no se espera que este pretenda, prometa o desee actuar como depositario plenipotenciario y maestro constructor de una sociedad. No queda más que este proceso de individualización del “hágalo usted mismo”. La tarea impuesta a los jóvenes hoy, es la de autoconstruir su vida individual y tejer redes y vínculos con otros individuos autoconstruidos, así como ocuparse del mantenimiento de esas redes.

III.2. La abolición del pensamiento-vida en los sujetos

Este proceso de individualización producto de la nueva etapa del capitalismo que es la sociedad del hiperconsumo, ha producido otro tipo de sujeto. Diría el filósofo francés Alain Badiou en su obra El ser y el acontecimiento, que: “estamos en una segunda época de la doctrina del Sujeto”, en donde “el sujeto contemporáneo es vacío, escindido, a-sustancial, irreflexivo”. Se trata de un sujeto de identidades líquidas, impulsado por imperativos culturales de “ser feliz”, de “gozar” y de borrar al Otro, con la creencia de que “todo lo puedo yo”. El imperativo del mundo contemporáneo diría Alain Badiou es un “imperativo de goces cortos y sin futuro”, que enuncia simplemente: “No vivas más que para tu satisfacción y, por ende, vive sin Idea”. Este es el tipo de pensamiento que se cultiva hoy entre los jóvenes, que es una abolición del pensamiento-vida en los sujetos; es la vida que expresa la falta de certidumbre sobre el futuro, y que se traduce en deserción escolar, violencia, depresión y angustia. Esta abolición del pensamiento-vida en los jóvenes se vincula con la problemática del suicidio en adolescentes en México, pues en el imaginario de los jóvenes y de los niños se instaura la idea de que los problemas pueden resolverse a través de la muerte.



CONCLUSIONES

Iniciamos con una breve genealogía del suicidio tomando en cuenta el planteamiento que hace Michel Foucault de la relación entre “existencia individual” y “estructuras históricas”. Esta relación demuestra que los planteamientos discursivos y normativos sobre el suicidio tienen una determinación histórica. Después pasamos a señalar como la “acción individualizadora” de la sociedad contemporánea, es el dispositivo donde quedan sujetados y excluidos los adolescentes, en tanto que los medios para este proceso de individualización no son accesibles para todos los jóvenes. Y finalmente se mencionaron algunas de las consecuencias que genera el discurso de la individualización en la sociedad; entre ellas, la violencia simbólica y la abolición del pensamiento-vida en los sujetos. Para concluir retomo algo que escribió Freud en 1915 dentro de los albores de la primera guerra mundial en un escrito que lleva por título La transitoriedad. Ante la cuestión de que las cosas duran poco y pueden desaparecer, Freud hace una reflexión: “si todavía somos jóvenes y capaces de vida, sustituirnos los objetos perdidos por otros nuevos que sean, en lo posible tanto más apreciables”. Es decir, que aún en la destrucción y en la muerte la posibilidad de que se produzca algo de la enunciación singular del sujeto no queda agotada. Y de cierta manera de eso se trata un psicoanálisis; este es un sitio de acontecimiento de otra palabra, de otro discurso y de otra verdad para el sujeto.